miércoles, 28 de mayo de 2014

SÍ, NO Y ¿POR QUÉ?



La mayoría de las telenovelas
(sobre todo las mexicanas),
son tan previsibles que te adelantan
desde el principio lo que va a suceder:
lo mismo de lo mismo.
Pocas con el ingenio de sorprender
al televidente, como sería el caso
de ‘El Color de la Pasión’.

Aunque la telenovela me enganchó desde el principio, muchas veces me ha sucedido que me equivoco en mis “predicciones”, acerca de lo que va a suceder, porque lo que pasa es algo muy diferente a lo que pensé. Por ejemplo, al principio (lo confieso), comenté que se trataba de una mezcla de otras historias ya conocidas, comenzando por La Mentira, por aquello del muchacho que es asesinado (en este caso, él se suicida) por culpa de una mujer… Y el hermano del muertito, busca venganza. Lo malo es que confunde a la asesina y lo que hace es enamorar a una inocente, creyéndola culpable… Pues no. En El Color de la Pasión, le dieron la vuelta al asunto y sus escritores, hábilmente, detonaron toda una serie de situaciones inesperadas. Y eso no es todo: capítulo tras capítulo, salen con nuevas sorpresas. Pero sorpresas bien sustentadas y no sacadas de la manga, como sucede con otras telenovelas. Y lo mejor es que la creatividad y el ingenio, no se les acaba.
Caso contrario con La Gata. Aparte de ser una historia por demás conocida y ya con dos versiones, no conforme con eso, recurre a los clichés de siempre y de tantas otras historias. El caso más reciente: Corazón Indomable: la muchacha harapienta que, con base a engaños y triquiñuelas de los malos, cree que su enamorado (siempre rico, por cierto) la abandonó y acaba por odiarlo. Y luego, por azares del destino, resulta que la harapienta (o ‘zarrapastrosa’, como siempre la llaman las villanas) resulta que tiene un padre millonario que, finalmente, la convierte en una muchacha rica (que aprende a cultivarse en un santiamén, o sea, de un capítulo a otro), aparte de elegante y poderosa. Los elementos (como siempre) para buscar venganza en los villanos y, de paso, en el inocente (y aparte, menso e ingenuo) galán.
Así que desde el principio, ya sabemos qué pasará en La Gata, cuyo principal atributo (aparte de ser bonita, claro, aún siendo chamagosa) es que cuenta con un vestido negro que no se quita desde que es niña y hasta que se convierte en mujer. Un vestido “mágico” que se adapta a su cuerpo, conforme va creciendo. Y, lo mejor (ha de ser de muy buena calidad, aunque lo haya recogido en un basurero), siempre le queda a la medida.
Así que desde las imágenes de los créditos, ya nos adelantaron lo que sucederá: una historia por demás trillada y, lo peor, de lo más absurda e incongruente que, comparada, por ejemplo, con El Color de la Pasión, es un refrito más, representante de la mediocre decadencia de la telenovela mexicana.

lunes, 19 de mayo de 2014

CUADRO DE HONOR A ACTORAZOS DE UNA TELENOVELA MEDIOCRE


Si no hay historia, una buena historia –y, por consiguiente, buenos personajes– los actores se ven en aprietos, junto con el director de escena. No hay tela de donde cortar. No hay elementos, no sólo para lucirse (como debería de ser), sino, simplemente, para cumplir con su trabajo. Sin embargo, hay algunos que con su simple presencia en pantalla y (seguro) bordando por su propia cuenta sus personajes, con su experiencia, tablas y talento, salen avantes.
Lo hemos visto desde el principio en Quiero Amarte, una pretenciosa adaptación de Imperio de Cristal (la historia original) que ahora, con tantos rellenos, paja y personajes de más, se quedó en el intento. Sin embargo, a pesar de la deficiente adaptación y de personajes sin encanto ni identidad, cuatro actores de primer nivel, se impusieron por su cuenta, con maestría, opacando, incluso, a la pareja protagónica, carente de química, de fuerza y credibilidad, opacada, más bien, por otras dos parejas a cargo de personajes de soporte que, en esta ocasión, cumplieron a las mil maravillas con su misión: servir de soporte y, de paso, soportar la mala historia que les tocó.
Lucrecia, más que villana, brilló (a pesar de las exageraciones de su personaje), gracias a una primerísima actriz como la señora Diana Bracho, con su elegancia característica, porte y distinción. ¿Y qué decir de José Elías Moreno?, a pesar de su incongruente personaje de Mauro, un magnate que, a pesar de haber estado al borde de la muerte, víctima de un infarto, de magnate pasó a super hombre, porque a pesar de los corajes y conflictos que le hicieron pasar (no sólo los villanos, sino también las escritoras), incluyendo el intento de asesinato por parte de su propia mujer, ¡sobrevivió! Es entonces cuando la maestría y talento del actor, pudo más que las barbaridades impuestas a su personaje.
Por el estilo, Olivia Buccio, otra experta en personajes de soporte, quien, a pesar de la sufrida y abnegada Dolores que le tocó sacar adelante, también aportó su granito (o granote) de arena, con esa dulzura que la distingue, respaldada por otro señorón de la actuación, como Salvador Sánchez, quien, con su siniestro y ladino Cipriano, logró con Dolores, varias de las escenas más sobresalientes de la telenovela en deliciosos duelos de actuaciones.
Y de ahí en fuera… Lástima. Porque no es culpa de los actores que (en su mayoría) se vieron imposibilitados de destacar, sumergidos en una historia tan mediocre, floja y confusa, adaptada al aventón. Ni siquiera el pobre de Flavio Medina pudo lucirse (como en otras ocasiones), con su villano César que cayó en la exageración caricaturesca, logrando en muchas ocasiones que, en vez de inspirar miedo, causara risa.

jueves, 15 de mayo de 2014

UNA HEROÍNA DIFERENTE





Con 20 telenovelas y 12 películas,
a sus 34 años (aunque aparenta mucho
menos edad) y su eterna apariencia de
adolescente, Débora Falabella,
menudita y sin necesidad de cirugías,
implantes y demás, es fiel ejemplo de
una protagonista de telenovelas,
cuya principal característica es el talento
y la naturalidad.


Y precisamente por eso, en Brasil –y prácticamente en el mundo entero, donde casi todas sus telenovelas han sido éxitos rotundos– es la fiel imagen de una protagonista diferente, alejada de los artificios que caracterizan a otras en diferentes países, incluido México. Lo está demostrando una vez más en la exitosa Avenida Brasil que en diferentes países ha resultado todo un suceso, aunque no en México, por desgracia, por falta de promoción de la televisora Azteca que, a pesar de otorgarle el horario estelar y de tener oro puro en sus manos, no supo aprovecharla, llegando apenas a los 10 u 11 puntos de rating que, a pesar de todo, significan un logro digno de tomarse en cuenta, si comparamos los inferiores índices de audiencia de las otras producciones de su barra telenovelera y, sobre todo, su manufactura, su nivel, desde la historia misma, nada del otro mundo, pero manejada con agilidad e inteligencia, con escenas y capítulos redondos y, muy en especial con ese toque tan natural en las actuaciones y el desarrollo de lo que sucede en la trama.

Aunque también con su buena dosis de paja (en todos lados se cuecen habas) el conflicto central de Avenida Brasil (el ansia de venganza de Rita, la protagonista, en contra de su malvada madrastra, Carmina y, claro, la historia de amor, tan llena de obstáculos, entre ella y Jorgito) es el principal y más atractivo ingrediente, para mantener pendiente al televidente, a los miles de seguidores que, de paso, le ha robado a Lo Que la Vida me Robó (la líder en rating, y en el mismo horario) que, luego de su abusivo alargamiento, perdió adeptos que cambiaron de canal, para seguir a Avenida Brasil.

No importa su éxito mediano. Lo que importa realmente es marcar un precedente y ver (para quienes están abiertos al cambio) lo que en Brasil se está haciendo: algo diferente a lo que se hace en México, Colombia, Venezuela, Chile y hasta Estados Unidos.

Finalmente, en nuestro país, muchos tuvimos el placer de conocer esta telenovela y, sobre todo, de disfrutar de sus desconocidos actores, incluyendo a Débora Falabella, frágil, sin maquillaje y hasta descuidada en su aspecto, para descubrir a una protagonista diferente y vanguardista, a la cabeza del gran elenco y capaz de sacar adelante su bien armado y bordado personaje.

Para muchos “feíta” y sin chiste, la Falabella, con todo y todo, es (aquí sí), una verdadera reina de las telenovelas. Una reina que, igual, seduce y enamora. Una muestra más de que el talento siempre se impone, muy por encima de los arquetipos, las pestañas postizas, el botox, los senos frondosos, el maquillaje impecable y el vestuario de marca. Ojalá en México, a una Kika Edgar, por ejemplo, de características similares a las de Débora, le otorgaran una oportunidad así.


jueves, 8 de mayo de 2014

DIOS QUIERA...


Sin duda, la sorpresa en lo que va del año.
Una telenovela escrita, producida y
desarrollada con inteligencia, talento,
esmero y dedicación.

El año pasado, aunque en los premios TV y Novelas, prácticamente la hayan ignorado, Mentir Para Vivir marcó una nueva pauta, tan necesaria en las telenovelas mexicanas. Una muestra de que las historias originales –y, sobre todo, bien escritas y sustentadas– también pueden funcionar y, lo más importante, dejar huella.
Y ahora, en los primeros meses de este 2014, luego del injusto y repetitivo alargamiento que le impusieron a Lo Que la Vida me Robó, echando a perder la historia y, en especial, la que era una espléndida adaptación, parece que El Color de la Pasión, se perfila, al menos hasta el momento, como la telenovela más novedosa, diferente y, más que nada, bien escrita, armada y desarrollada. Una historia inteligente que desde sus primeros capítulos, logró la gran hazaña de despertar el interés del televidente y atraparlo. Doble hazaña: no decaer en su desarrollo, como sucede con tantas otras. Al contrario, sorprender al público y, algo también digno de tomarse en cuenta: evolucionar y ¡sorprender! con situaciones inesperadas (pero bien justificadas), apartándose del vicio de muchos escritores y adaptadores que desde el principio vuelven previsible la trama.
Una telenovela sobria, elegante, en la que, una vez más, la gran mayoría del elenco cumple a la perfección con los personajes bien elaborados y planteados, sin enfrentarlos a situaciones absurdas o incongruentes. Más bien, siguiendo una línea y respetando una psicología, con reacciones bien sustentadas. De eso se trata: que uno, como espectador, quiera saber lo que va a suceder en el siguiente capítulo y que los hábiles escritores (Cuauhtémoc Blanco y María del Carmen Peña) den muestra de su ingenio y dedicación, de que se pulieron y (¡milagro!) no se sacaron de la manga personajes y sucesos absurdos. Algo que se les aplaude y que se nota a simple vista. Igual, que no hayan “inventado” personajes “chistosos” con la pretensión (tan de moda) de mezclar drama con comedia.
Dios quiera que no nos salgan después con que la van a alargar. Dios quiera que El Color de la Pasión no pierda su sello, el estilo impecable que está demostrando. Dios quiera que otros productores, escritores y adaptadores, ahora sí (es justo y necesario), le echen un vistazo y se tomen la molestia de ver, aunque sea, uno o dos capítulos, para aprender lo que se puede hacer: un producto digno, de calidad y cien por ciento explotable, incluso en el extranjero. ¡Bravo!