sábado, 21 de mayo de 2016

CUADRO DE HONOR / ¿QUÉ CULPA TIENE FATMAGÜL?

¿Qué Culpa Tiene Fatmagül? Ninguna. En todo caso, más que culpa, la hazaña (sin exagerar y desde mi punto de vista) de taparle la boca a todos aquellos (incluidos productores de telenovelas mexicanas) que opinan que en el género del melodrama, ya no se puede dar nada nuevo y que, bajo esa premisa (como simple pretexto) es tan común y hasta válido que (además de los tan socorridos y casi siempre deficientes refritos) escritores y adaptadores tengan la libertad de copiar no sólo anécdotas de otras historias (muchas veces al pie de la letra), sino hasta fusilarse tramas completas.
            Pero la hazaña de ¿Qué Culpa Tiene Fatmagül? no es sólo una. Son varias. La primera y quizás la más importante: la historia como punto de partida, basada en la novela Fatmagül'ün Sucu Ne, de Vedat Turkali, hábilmente adaptada por dos espléndidas escritoras turcas: Ece Yörenç y Melek Gençoğlu que, se nota, se esmeraron en demostrar que, en efecto, sí se puede relatar un melodrama diferente, sin recurrir a los clichés de siempre.
Porque el proceso dramático de esta serie en dos temporadas, aunque con apariencia de telenovela que, finalmente, es un melodrama de altos vuelos, está tan bien realizado (algo de lo que carecen muchas telenovelas o series) que uno como televidente, logra involucrarse con la trama desde el primer capítulo y, sobre todo, dejarse llevar por esta historia de amor que parte de un conflicto tan violento: la violación de la cándida protagonista (Fatmagül), siendo forzada, por cuestiones culturales, a casarse con uno de sus presuntos agresores (Kerim) quien, poco a poco y según transcurren el resto de los capítulos, nos damos cuenta que no carga con ninguna culpa y, más bien, se convierte en el amor de su vida. Algo que hasta ahora (al menos en México y América Latina) no habíamos visto en televisión y, menos, en tantas y tantas telenovelas en las que la estructura es tan parecida: la pobre que se enamora del rico y ya en el capítulo final (luego de intrigas y situaciones también similares), terminan en la clásica boda, como escena final. Y todo esto, rodeado de la consabida paja y rellenos, villanos ñaca ñaca, cortados con la misma tijera que (también en los capítulos finales), reciben su merecido castigo.
            Entonces, para empezar, cierto que ¿Qué Culpa Tiene Fatmagül? es una historia de amor. Una gran historia de amor, pero diferente y que va cuajando poco a poco, en su justa medida, sin que a lo largo de su proceso, decaiga el interés.
            Otra hazaña, el talento, naturalidad y presencia en pantalla de cada uno de los integrantes del elenco, a cargo de personajes tan creíbles (hasta en su vestuario) que, aunque la historia se desarrolle en un país lejano, con una cultura y costumbres tan diferentes a la occidental, logran la identificación con el televidente y, finalmente (sobre todo los buenos), se vuelven entrañables y hasta se ganan nuestro cariño.
            Aunado a todo esto el gran nivel de producción, los escenarios, las locaciones y hasta la música y el vestuario, sin pasar por alto la dirección, logrando, más que una simple telenovela o serie: una verdadera obra de arte que bien se merece todo tipo de halagos y los altos niveles de audiencia que ha conseguido en todos los países donde se ha transmitido, como todo un suceso.

            Gracias a Azteca (sin querer queriendo y casi por accidente, cuando tomaron la decisión de interrumpir su propia producción de telenovelas), conocimos a Fatmagül y su historia a la que, luego (aquí sí de su Gran Final), vamos a extrañar, en especial a sus protagonistas: Beren Saat y Engin Akyürek.

martes, 17 de mayo de 2016

CUADRO DE HONOR / THELMA MADRIGAL

Desde la primera vez que la vi en pantalla, como hija de Rebecca Jones y René Strickler en Para Volver a Amar, algo me llamó en ella: su naturalidad, su frescura, como principales atributos, claro, además de un talento evidente. Y más, su presencia en pantalla, sin los artificios que caracterizan a otras de su generación. Supe desde entonces (y no es que sea adivino) que llegaría muy lejos. Simple sentido común.
            Más me atrajo, conforme fui viendo su evolución y versatilidad a partir de su primer protagónico en Esperanza del Corazón (a pesar de una fallida historia). Y luego en La Mujer del Vendaval, mostrando sus dotes como comediante, con la misma naturalidad, para continuar con Por Siempre mi Amor, donde por culpa de una mala adaptación, no le dieron la oportunidad de lucirse, como se lo merecía. Y para rematar, La Sombra del Pasado, donde demostró que en plan antagónico, también tiene lo suyo. Personajes diversos que le permitieron crecer, con el televidente como testigo.
            Gracias a Dios, no quedó como protagonista de Simplemente María. Las cosas siempre pasan por algo, porque entonces le llegó el que en efecto (y por derecho propio) ha sido su primer protagónico absoluto como Mariela en Corazón Que Miente, recordándonos a aquellas heroínas de antaño, ya casi en extinción.
            Thelma Madrigal acaba de dar el gran paso en su carrera, con un personaje a su medida que nos habla de su entrega constante y fuerza escénica, gracias a esa Mariela que muy dignamente encabezó el elenco, rodeada y apoyada por grandes actores de gran trayectoria y experiencia, en duelos de actuaciones al tú por tú.
            Y es que además del talento y entrega que ha demostrado, todo viene de una muchacha sencilla en la vida real, ubicada y con un encanto especial que, como buena o mala, logra transmitir en pantalla.
            Así que hasta le agradezco (de una manera muy personal), aparte de admiración y respeto que me inspira, el orgullo que siento por no haberme equivocado, cuando el flechazo se dio casi de inmediato, cuando la descubrí en Para Volver a Amar. Y lo que le falta…
             

sábado, 14 de mayo de 2016

EL EJEMPLO A SEGUIR

RAPIDITO Y DE BUEN MODO
El melodrama es el melodrama y nunca pasará de moda, incluso, ante la nueva ola de las narconovelas o de las series, muchas de las cuales tienen, precisamente, el melodrama como columna vertebral: la historia de amor.
Sin embargo, harto ya el televidente del abuso con los refritos (muchos de los cuales, más que adaptaciones, terminan por destrozar el melodrama original), la solución y ejemplo a seguir (en vista de que la telenovela no puede morir así nada más) bien podría ser la recién concluida Corazón Que Miente.
Original de doña Caridad Bravo Adams (reina del melodrama al más puro estilo), primero se llamó Estafa de Amor (1961) que años más tarde, en 1968, tuvo su primer remake con el mismo título. Sesenta y seis capítulos de media hora (que actualmente serían treinta y tres capítulos de una hora), el tiempo justo para narrar la historia. Hasta que en 1999, don Ernesto Alonso la convirtió en Laberintos de Pasión, con 80 capítulos de una hora, claro, ya desde entonces, con su dosis de agregados para alargarla.
Hasta que en este 2016, MaPat L. de Zatarain, le dio al clavo, creando la que hasta ahora podría ser la mejor versión, con 70 capítulos de una hora, más otros dos para su gran final, agradeciéndole, de corazón, que no haya  abusado de paja y rellenos, compactando la versión anterior y logrando una historia redonda, completa, interesante y emotiva, aunque con algunos actores repitiendo personajes que ya les habíamos visto en otras telenovelas, además de clichés tan socorridos, como el del padre sorpresivo y millonario, Antonio Miranda (Rubén Cerda) que aparece ya casi el final, para encumbrar (y de paso, vengar) a Mariela (Thelma Madrigal) la hija de la que el destino la separó y convertirla, como un acto de justicia, en socia mayoritaria de la empresa construida en el terreno que el villano Demián Ferrer (Alejandro Tommasi) robó a su abuelo, Manuel Salvatierra (Eric del Castillo), años atrás. O también, otro padre inesperado, Leonardo Del Río (Diego Olivera) quien ya al final, resulta ser el progenitor de Alonso del Río (Pablo Lyle), nada más y nada menos que su rival en amores, con (Mariela) como manzana de la discordia.
Situaciones bien resueltas desde la versión original de Caridad Bravo Adams, pero en esta ocasión, enriquecidas con esmero e inteligencia por el grupo de adaptadores, librándonos (como ya dijimos) de la odiosa paja que otros productores acostumbran y que no aportan nada a la trama central.
Casi cuatro meses apenas. Y no los ocho, nueve, diez o hasta doce meses a los que nos tenían acostumbrados otros realizadores, con culebrones que terminan por aburrir.
Y además de la espléndida producción y la dirección de escena, un gran elenco en el que, aparte del triángulo protagónico, disfrutamos de presencias tan gratas e indispensables en un buen melodrama, como las señoras Helena Rojo y María Sorté, primerísimas actrices de soporte que le dieron su respectivo y elegante toque a la historia, sin olvidar a una gran e intensa villana como Lourdes Reyes y la aparición de caras nuevas: Emmanuel Palomares y Federico Ayos, entre otros, para complementar el cuadro.

Todos y cada uno de los elementos necesarios (en especial el de escenas tan emotivas), para crear la que, hasta ahora es uno de los mejores melodramas de los últimos años, agradeciendo a la señora MaPat, sobre todo, la agilidad y pulcritud de una telenovela de primera.