jueves, 15 de noviembre de 2018

CUADRO DE HONOR / HELLO DOLLY

DIRECTO AL CORAZÓN

Hace años (para ser más exactos, en 1983), conocí a Daniela Romo. Una entrevista, para platicar de su segundo disco. Ya sabía de ella, claro, como actriz de cine, teatro y telenovelas. Y hasta la había visto repetidas veces en un comercial de Pingüinos Marinela. Pero en esa primera entrevista, frente a frente, cara a cara, la descubrí en cuestión de minutos. No fue difícil. Y de paso, me cautivó de por vida. Su desenvoltura, claridad, simpatía y, sobre todo, su sencillez, su calidez. La profundidad en sus palabras. Aún recuerdo una frase en especial: “soy una célula salvada entre miles de millones que mueren todos los días”.
  Además de platicarme de su disco (del que saldrían sus primeros éxitos, Mentiras y Celos), me habló, entre muchas otras cosas (la entrevista duró una hora) de su pasión por el teatro musical (en el que ya entontes había incursionado en obras como El Diluvio Que Viene, donde la vi por primera vez) y también, de sus sueños: algún, día, llegar a protagonizar “un musical tipo Broadway”.
  Todo llega en su momento, ni antes ni después. Seguí de cerca su carrera en discos, cine, televisión y teatro. Hasta que, años después, su sueño, como estrella absoluta de un musical, se cumplió, al protagonizar Victor Victoria, precisamente, un “musical tipo Broadway” que disfruté, igual que he disfrutado su trayectoria en telenovelas. Más bien, esa característica tan suya de arropar tantos personajes célebres (perfectamente bordados a su estilo) de los que, literalmente, se apropia para dejar de ser ella misma y convertirse en ellos: doña Juana, doña Bernarda, doña Ángela... por mencionar sólo algunos. Igual que lo hizo con Victoria Grant, en el teatro Insurgentes, el mismo escenario donde, hace apenas unos días, gracias a ella, me enamoré de Dolly Levi, a quien antes conocí en el cuerpo de doña Silvia Pinal (en 1996) y en el de la gran Barbra Streisand (en 1969). Pero ninguna me llegó al alma, como la Dolly que descubrí en Daniela Romo, con todo lo que ella significa como actriz y cantante y, sobre todo, como mujer.
  Hello Dolly en su tercera y más reciente versión mexicana (la mejor de todas), un musical de primer nivel que, además de su fastuoso montaje, cuidado en todos y cada uno de sus detalles, cuenta con un atributo extra: una magia especial, la magia que sólo una estrella del nivel de Daniela (rodeada de todo ese esplendor escénico) es capaz de transmitir al nutrido público que ha tenido la fortuna de presenciar un espectáculo completo, con llenos diarios en ese legendario teatro Insurgentes.
 Desde que la señora aparece en el deslumbrante escenario, comienza esa magia. Y es algo tan evidente que los primeros y nutridos aplausos no se hacen esperar. Aplausos de admiración, pero también de cariño. Algo que se percibe y te conmueve. Una Dolly deliciosa a la que, además de disfrutar, llegas a amar, convirtiéndose en algo más que un simple personaje: una adorable casamentera que se apodera de tu corazón. Igual que todos y cada uno de los actores que la acompañan, comenzando por el señor Jesús Ochoa, con su simpatía natural y desbordante. Sin pasar por alto a otros como Mauricio Salas (otro rey del musical en México), Marisol del Olmo, Gloria Aura y Jesús Zavala, entre varios más, incluidos, por supuesto, los integrantes del ensamble, los músicos de la orquesta en vivo… todos, entregando el alma en cada una de las escenas, de los números musicales que conforman un espectáculo redondo y por demás emotivo (eso: emotivo) en el que se advierte, además el empeño y amor a su trabajo, de todos y cada uno de los que forman parte de una verdadera delicia en todo su esplendor: el director y coreógrafo, Jason A. Sparks (el mismo de la versión de Broadway), los encargados del vestuario, escenografía, iluminación… Y por claro está, los productores: Tina Galindo, Claudio Carrera y Morris Gilbert.
  Un majestuoso musical que, como digo, te llega al corazón. Más todavía, cuando, a la hora de los aplausos, ya al final, aparece Daniela Romo, como la gran Dolly y, mientras el público la ovaciona de pie, durante varios minutos, a uno (y a muchos más), inevitablemente se le nublan los ojos, cuando, como si fuera una película, transcurre por tu mente la lucha que durante tantos años ha sostenido esta mujer, como artista, como mujer, con tal de cumplir sus sueños. Y las lágrimas brotan, también inevitablemente, cuando la ves feliz y realizada, como esa Dolly que, se nota, es para ella la culminación absoluta de todo un recorrido de muchos años, como estrella, verdadera estrella, no sólo del escenario; también de la vida misma.

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