miércoles, 29 de abril de 2020

Cuadro de Honor / Yo No Creo En Los Hombres



Ahora que se repite en el Canal TLNovelas, merece un reconocimiento más, como una telenovela que trascenció y que permanece como todo un clásico.
Aunque no haya obtenido todos los premios que merecía en la entrega de los Premios TVyNovelas de 1915, en especial el de Mejor Telenovela y Mejor Guión o Adaptación, Yo No Creo en Los Hombres, ganó algo más importante: el reconocimiento de millones de televidentes y, en especial, su respeto.
Más allá de tanta violencia, sangre y tragedias (una tras otra) que algunos criticamos (me incluyo yo, lo reconozco) durante el desarrollo de la trama de Yo No Creo en Los Hombres, creo que son más los valores que es importante resaltar en una producción que, de entrada y desde su primer capítulo, mostró una atmósfera distinta que logró mantener a lo largo de su desarrollo. Sí, un remake más, pero que en esta ocasión, superó a la versión original: la radionovela, autoría de Caridad Bravo Adams que después se convirtió en película (en 1954) y los dos melodramas anteriores en 1969 y 1991.
¿Por qué? por principio de cuentas (yo creo) gracias al talento de la productora Giselle González, como cabeza del proyecto y, en especial, a su entusiasmo y la fe que depósito en la adaptadora (más que eso, escritora) Aída Guajardo, para que en esta ocasión, sí valiera y sirviera de algo la libertad para crear una verdadera versión libre (corregida y aumentada) en la que, basándose en la historia original y en sus personajes centrales, bordar con inteligencia y hasta audacia, la base literaria, haciéndola crecer enormemente y dándole un realce que, por desgracia, no sucede siempre en otros remakes. Y digo remake y no “refrito”, porque Yo No Creo en Los Hombres, versión 2014, con sus añadidos (no rellenos, sacados de la manga, ojo) logró una obra redonda que a lo largo de su proyección, no decayó en ningún momento.
Sí, la productora como punto de partida y, luego, la fe que le otorgó a la escritora (ella solita) para desenvolverse a su manera. La base primordial a la que luego se añadieron los directores, Eric Morales, Xavier Romero y Luis Vélez, quienes sin una historia tan bien armada, no hubieran podido encumbrar a cada uno de los actores, los protagonistas, los secundarios, los de apoyo… Más bien (como otro gran atributo) a tantos protagonistas de su propia historia, porque cada uno tuvo su razón de ser y no quedar como simple relleno en subtramas aisladas. Todas estuvieron ligadas al asunto principal, al triángulo central, a la heroína María Dolores, la que deja de creer en los hombres y, luego, con sustentos y motivos por demás válidos, termina por creer nuevamente en ellos.
Muchos dieron el gran paso, respondiendo a la gran oportunidad: Adriana Louvier, Gabriel Soto, Flavio Medina… Igual, otros actores jóvenes (entre ellos, muchas caras nuevas), como Estefanía Villarreal, Jorge Gallegos, Sonia Franco, Jesús Carús, Eleane Puell, Fabiola Guajardo… Por mencionar a unos cuantos. O actores y actrices de la talla de Azela Robinson, Macaria, Cecilia Toussaint, Aurora Clavel, Rosa María Bianchi, Sophie Alexander o Luz María Jerez, a quienes esta producción les brindó el atributo de brillar como, quizás, antes no se los permitieron. ¿Y qué decir de señores como Juan Carlos Colombo, Adalberto Parra, Juan Carlos Barreto o Pedro de Tavira?
La lista sería interminable porque, por otro lado, pocas veces se cuenta con un elenco tan completo a cuyos integrantes no les ponemos ningún pero.
Así que Yo No Creo en Los Hombres, marca un antes y un después en la historia de las telenovelas mexicanas, como digno ejemplo a seguir de una labor titánica, bien pensada y desarrollada, en la que cada uno de sus elementos (incluyendo al equipo técnico, a los héroes anónimos, detrás de cámara), cumplió con su granito (o granote) de arena, para lograr un producto digno de exportación, para orgullo de México. Un producto en el que, como nunca, se conjugaron brillantemente todos los elementos. Entonces, Yo No Creo en Los Hombres, versión 2014, pasó a la historia, como un suceso entrañable e imborrable.