viernes, 26 de junio de 2020

CUADRO DE HONOR / VICTORIA RUFFO


LA REINA NO HA MUERTO

Siguiendo, capítulo tras capítulo, la repetición de Corona de Lágrimas (estrenada originalmente en 2012), al menos yo, percibo algo así como el retorno del melodrama puro, sin arreglitos modernos, cambios y exageraciones, tan comunes en los últimos años, refiriéndome especialmente a los remakes de grandes clásicos en el mundo de las telenovelas. Remakes que, más que modernizar al melodrama, le roban su esencia y lo convierten en un género desarticulado e indefinido, con otras características, especialmente cuando los adaptadores que no respetan el género, le agregan toques de “comedia” o recursos más recientes: narcos, violencia, sangre… Y se olvidan de la parte emotiva, donde las emociones significan un fuerte protagonismo, claro, con las imprescindibles lágrimas como elemento primordial.
Lágrimas, llanto, drama  al más alto nivel. Y para eso (sin afán de ignorar o hacer menos a otras actrices), nadie como la señora Victoria Ruffo, desde hace años, como una característica que la distingue desde sus inicios y hasta la fecha, tal como muchos (y en especial su considerable legión de seguidores a nivel internacional) opinan: “es la que llora más bonito”. Con su estilo único y en forma tan natural que te atrapa con esas lágrimas y, en ocasiones, hasta consigue que la acompañes en el llanto.
Por eso, Corona de Lágrimas tiene un significado especial: el retorno a la pantalla de Las Estrellas de La Reina de las Telenovelas, en una época de crisis en todos los niveles. La Reina del melodrama puro, aunque alguien, erróneamente, hace un año más o menos, opinó que ese género ya estaba muerto. Y ahora, aquí está de nuevo Corona de Lágrimas, demostrando tal equivocación. Cierto que en su versión original (en 1965), la fallecida Prudencia Griffel, a sus casi 90 años (nació en 1876) logró su imborrable versión de una anciana Refugio Chavero que, luego, doña Marga López llevó a la pantalla grande con la misma maestría. La misma Refugio que, ya en el siglo actual, José Alberto Castro como productor, hizo que reviviera en la versión más reciente de este clásico, eligiendo (muy acertadamente) a la señora Ruffo, con su propio estilo y propuesta, respetando, eso sí, la esencia de este clásico. Una Refugio Chavero que no desmerece en ningún momento, si la confrontamos con las dos anteriores intérpretes.
Una Corona de Lágrimas que actualmente podemos disfrutar, con un elenco perfecto, encabezado, precisamente por la Reina de las Telenovelas, título que ha ostentado a través de varias décadas y hasta la fecha, aunque a otras también se les haya adjudicado en su momento, sin que pudieran mantenerlo con el correr del tiempo.
Reinas vienen y van. Otras llegarán. Pero la Ruffo, sin pretenderlo y en forma muy discreta, ha trascendido finalmente como la única y la primera, en pleno 2020. Corona de Lágrimas (aunque en repetición, pero con un muy aceptable nivel de audiencia) es la muestra, a pesar de sus recientes proyectos anteriores que no lograron el mismo éxito (Las Amazonas, La Malquerida y Cita a Ciegas), pero por causas ajenas a ella. Victoria siempre cumple y lo único que necesita ahora, aún en su pedestal de reina, es una nueva historia a su medida (y en plan de protagonista, claro), para demostrar una vez más, por qué permanece donde está. Una historia y un personaje que le hagan justicia en su época actual, como una mujer plena y con un don que también la distingue entre muchas: su calidad como ser humano. Un atributo que también la distingue (y me consta, la conozco desde sus inicios) y en el que seguramente se apoya, para transmitir lo que transmite en la pantalla.
Dicen que “amor con amor se paga”. Ese gran corazón, gracias a la cual, cuenta con su legión de adoradores, especialmente adoradoras de diferentes países, más que simples admiradoras que (también me consta), la quieren en verdad (igual que Victoria las quiere) y se mantienen fieles a ella, a pesar del paso del tiempo. Ese amor y entrega que Victoria Ruffo, evidentemente, ha depositado en cada uno de sus personajes y que se siente, se percibe. Ese amor que le es retribuido con creces y que tanto se merece, por ser como es dentro y fuera de las pantallas, sin transformaciones o arreglitos faciales, con su belleza en pleno esplendor y madurez, sin artificios. Y sobre todo, su sencillez.

Reinas vienen y se van. Otras llegarán. Pero Victoria Ruffo es la única que ha logrado la hazaña: trascender, permanecer. Ahí está Corona de Lágrimas en su repetición y con un muy aceptable nivel de audiencia, para que no se nos olvide. La reina no ha muerto. ¡Viva la reina!