Hay ocasiones en las que, a pesar de las deficiencias
y errores en una telenovela como Sueño
de Amor, cargada al principio de personajes y situaciones variadas que nada
tenían que ver con el asunto central y que, como simple relleno, no iban a
ninguna parte (el que mucho abarca, poco aprieta), la gran novedad significó el
debut en Televisa (luego de haber sido figura representativa de Azteca) de Betty Monroe ante su primer
protagónico, luego de haber participado en otras producciones (donde nunca le
dieron la oportunidad de destacar como lo merece) y de demostrar que como
conductora, también tiene lo suyo. Surgieron las críticas. ¿Por qué un
protagónico para una actriz que venía de la competencia y no para una de tantas
que abundan en Televisa? Finalmente, a pesar de las críticas, el productor Juan Osorio le dio en el clavo. No
precisamente en lo que se refiere a la historia que él presume como “original”,
sino en la elección de la Monroe, a pesar de que al principio, su personaje de Esperanza, parecía que no llegaría muy
lejos y, menos, entre tanta revoltura. Luego, hasta dijeron que como no había dado
el ancho como protagonista, habían llamado a Marjorie de Souza para apoyar la trama y hacer pareja con el galán,
Christián de la Fuente.
Y lo
que son las cosas. A pesar de los dimes y diretes, Betty se fue colocando poco
a poco como protagonista absoluta. Es más, como una verdadera heroína
aspiracional que se fue ganando al televidente. Más, cuando los adaptadores la
convirtieron en mártir: Esperanza, víctima de cáncer, representando a la
perfección su personaje, con los matices adecuados y el drama que conlleva una
situación así, hasta convertirse en el centro de la telenovela, desplazando al
resto del elenco.
Mayor
es su mérito (y sobre todo profesionalismo) ante su decisión de sacrificar su
cabellera para darle más realismo y credibilidad a Esperanza, sometida a una
serie de quimioterapias. Escenas estremecedoras en las que como público, nos
contagiamos de tan terrible y valiente situación. Pocas son las actrices que
por iniciativa propia se despojan de ego y vanidad, a favor de su trabajo,
cuando, como ha sucedido en infinidad de casos, otras prefieren el clásico
látex como casco en la cabeza, sin que (gracias a los adelantos en cuestión de
caracterización) se note el truco.
Bravo
por Betty. Y de paso, aplausos también para Julián Gil, en similar situación y por decisión personal.
Encasillado como villano, como también lo es Ernesto de la Colina, el personaje que interpreta, buscando
conquistar a Esperanza, en forma inesperada (también por obra y gracia de los
escritores) poco a poco ha ido abandonando sus maldades, ubicándose como el
compañero compasivo de Esperanza. Y lo más notable, en su caso (tanto en la
ficción como en la vida real), por simple solidaridad y compañerismo, raparse
también su cabello, para (como Ernesto) no dejar sola en el trance a Esperanza
y (como Julián) apoyar a Betty, convirtiéndose en el compañero ideal. Algo que
bien merece darle un giro a la historia y, como premio para ambos, quedarse
juntos hasta el final, como pareja central, mientras que el maestro Alegría (Christián de la Fuente) puede continuar, dándose vuelo con Marjorie de Souza.
Es
entonces cuando la realidad supera a la ficción y, sobre todo, nos habla de dos
actores que se entregan por completo a su personaje y no –como sucede en otros
casos– buscan que el personaje se adapte a ellos. La gran oportunidad para
Betty Monroe y Julián Gil que nos habla, aparte de su profesionalismo, de su
calidad como personas y la sencillez que siempre ha caracterizado a ambos, fuera
de las pantallas.