Aunque no haya obtenido todos los premios que merece en la reciente entrega de los Premios TVyNovelas, en especial el de Mejor Telenovela y Mejor Guión o Adaptación, Yo No Creo en Los Hombres, ganó algo más importante: el reconocimiento de millones de televidentes y, en especial, su respeto.
Más allá de tanta violencia, sangre y tragedias (una
tras otra) que algunos criticamos (me incluyo yo, lo reconozco) durante el
desarrollo de la trama de Yo No Creo en
Los Hombres, telenovela recién concluida, creo que son más los valores que
es importante resaltar en una producción que, de entrada y desde su primer
capítulo, mostró una atmósfera distinta que logró mantener a lo largo de su
desarrollo. Sí, un remake más, pero que en esta ocasión, superó a la versión
original: la radionovela, autoría de Caridad
Bravo Adams que después se convirtió en película (en 1954) y los dos
melodramas anteriores en 1969 y 1991.
¿Por qué? por principio de
cuentas (yo creo) gracias al talento de la productora Giselle González, como cabeza del proyecto y, en especial, a su
entusiasmo y la fe que depósito en la adaptadora (más que eso, escritora) Aída Guajardo, para que en esta
ocasión, sí valiera y sirviera de algo la libertad para crear una verdadera versión
libre (corregida y aumentada) en la que, basándose en la historia original y
sus personajes centrales, bordar con inteligencia y hasta audacia, la base
literaria, haciéndola crecer enormemente y dándole un realce que, por
desgracia, no sucede siempre en otros remakes. Y digo remake y no “refrito”,
porque Yo No Creo en Los Hombres,
versión 2014, con sus añadidos (no rellenos, sacados de la manga, ojo) logró
una obra redonda que a lo largo de su proyección, no decayó en ningún momento.
Sí, la productora como punto
de partida y, luego, la fe que le otorgó a la escritora (ella solita) para
desenvolverse a su manera. La base primordial a la que luego se añadieron los
directores, Eric Morales, Xavier Romero y Luis Vélez,
quienes sin una historia tan bien armada, no hubieran podido encumbrar a cada
uno de los actores, los protagonistas, los secundarios, los de apoyo… Más bien
(como otro gran atributo) a tantos protagonistas de su propia historia, porque
cada uno tuvo su razón de ser y no quedar como simple relleno en subtramas
aisladas. Todas estuvieron ligadas al asunto principal, al triángulo central, a
la heroína María Dolores, la que
deja de creer en los hombres y, luego, con sustentos y motivos por demás
válidos, termina por creer nuevamente en ellos.
Muchos dieron el gran paso, respondiendo a la gran
oportunidad: Adriana Louvier, Gabriel
Soto, Flavio Medina… Igual, otros actores jóvenes (entre ellos, muchas
caras nuevas), como Estefanía Villarreal,
Jorge Gallegos, Sonia Franco, Jesús Carús, Eleane Puell, Fabiola Guajardo…
Por mencionar a unos cuantos. O actores y actrices de la talla de Azela Robinson, Macaria, Cecilia Toussaint,
Aurora Clavel, Rosa María Bianchi, Sophie Alexander o Luz María Jerez, a quienes esta producción les brindó el atributo
de brillar como, quizás, antes no se los permitieron. ¿Y qué decir de señores
como Juan Carlos Colombo, Adalberto
Parra, Juan Carlos Barreto o Pedro
de Tavira?
La lista sería interminable porque, por otro lado, pocas
veces se cuenta con un elenco tan completo a cuyos integrantes no les ponemos
ningún pero.
Así que Yo No Creo
en Los Hombres, marca un antes y un después en la historia de las
telenovelas mexicanas, como digno ejemplo a seguir de una labor titánica, bien
pensada y desarrollada, en la que cada uno de sus elementos (incluyendo al
equipo técnico, a los héroes anónimoa, detrás de cámara), cumplió con su
granito (o granote) de arena, para lograr un producto digno de exportación,
para orgullo de México. Un producto en el que, como nunca, se conjugaron brillantemente
todos los elementos. Entonces, Yo No
Creo en Los Hombres, versión 2014, pasa a la historia, como un suceso
entrañable e imborrable. A ver quién lo supera.