DIRECTO AL CORAZÓN
Hace años (para ser más exactos, en 1983), conocí a Daniela Romo. Una entrevista, para
platicar de su segundo disco. Ya sabía de ella, claro, como actriz de cine,
teatro y telenovelas. Y hasta la había visto repetidas veces en un comercial de
Pingüinos Marinela. Pero en esa primera entrevista, frente a frente, cara a cara,
la descubrí en cuestión de minutos. No fue difícil. Y de paso, me cautivó de
por vida. Su desenvoltura, claridad, simpatía y, sobre todo, su sencillez, su calidez.
La profundidad en sus palabras. Aún recuerdo una frase en especial: “soy
una célula salvada entre miles de millones que mueren todos los días”.
Además
de platicarme de su disco (del que saldrían sus primeros éxitos, Mentiras
y Celos),
me habló, entre muchas otras cosas (la entrevista duró una hora) de su pasión
por el teatro musical (en el que ya entontes había incursionado en obras como El
Diluvio Que Viene, donde la vi por primera vez) y también, de sus
sueños: algún, día, llegar a protagonizar “un musical tipo Broadway”.
Todo
llega en su momento, ni antes ni después. Seguí de cerca su carrera en discos,
cine, televisión y teatro. Hasta que, años después, su sueño, como estrella
absoluta de un musical, se cumplió, al protagonizar Victor Victoria, precisamente,
un “musical tipo Broadway” que disfruté, igual que he disfrutado
su trayectoria en telenovelas. Más bien, esa característica tan suya de arropar
tantos personajes célebres (perfectamente bordados a su estilo) de los que,
literalmente, se apropia para dejar de ser ella misma y convertirse en ellos:
doña Juana, doña Bernarda, doña Ángela... por mencionar sólo algunos. Igual que
lo hizo con Victoria Grant, en el teatro Insurgentes, el mismo escenario donde,
hace apenas unos días, gracias a ella, me enamoré de Dolly Levi, a quien antes conocí en el cuerpo de doña Silvia Pinal (en 1996) y en el de la
gran Barbra Streisand (en 1969).
Pero ninguna me llegó al alma, como la Dolly que descubrí en Daniela Romo, con
todo lo que ella significa como actriz y cantante y, sobre todo, como mujer.
Hello
Dolly en su tercera y más reciente versión mexicana (la mejor de
todas), un musical de primer nivel que, además de su fastuoso montaje, cuidado
en todos y cada uno de sus detalles, cuenta con un atributo extra: una magia
especial, la magia que sólo una estrella del nivel de Daniela (rodeada de todo
ese esplendor escénico) es capaz de transmitir al nutrido público que ha tenido
la fortuna de presenciar un espectáculo completo, con llenos diarios en ese
legendario teatro Insurgentes.
Desde
que la señora aparece en el deslumbrante escenario, comienza esa magia. Y es
algo tan evidente que los primeros y nutridos aplausos no se hacen esperar.
Aplausos de admiración, pero también de cariño. Algo que se percibe y te conmueve.
Una Dolly deliciosa a la que, además de disfrutar, llegas a amar,
convirtiéndose en algo más que un simple personaje: una adorable casamentera
que se apodera de tu corazón. Igual que todos y cada uno de los actores que la
acompañan, comenzando por el señor Jesús
Ochoa, con su simpatía natural y desbordante. Sin pasar por alto a otros
como Mauricio Salas (otro rey del
musical en México), Marisol del Olmo,
Gloria Aura y Jesús Zavala, entre varios más, incluidos, por supuesto, los
integrantes del ensamble, los músicos de la orquesta en vivo… todos, entregando
el alma en cada una de las escenas, de los números musicales que conforman un
espectáculo redondo y por demás emotivo (eso: emotivo) en el que se advierte,
además el empeño y amor a su trabajo, de todos y cada uno de los que forman
parte de una verdadera delicia en todo su esplendor: el director y coreógrafo, Jason A. Sparks (el mismo de la versión
de Broadway), los encargados del vestuario, escenografía, iluminación… Y por claro está, los productores: Tina Galindo,
Claudio Carrera y Morris Gilbert.
Un
majestuoso musical que, como digo, te llega al corazón. Más todavía, cuando, a
la hora de los aplausos, ya al final, aparece Daniela Romo, como la gran Dolly
y, mientras el público la ovaciona de pie, durante varios minutos, a uno (y a
muchos más), inevitablemente se le nublan los ojos, cuando, como si fuera una
película, transcurre por tu mente la lucha que durante tantos años ha sostenido
esta mujer, como artista, como mujer, con tal de cumplir sus sueños. Y las
lágrimas brotan, también inevitablemente, cuando la ves feliz y realizada, como
esa Dolly que, se nota, es para ella la culminación absoluta de todo un
recorrido de muchos años, como estrella, verdadera estrella, no sólo del
escenario; también de la vida misma.