DE SORPRESA EN
SORPRESA
Casos por el estilo hay muchos. Actores o actrices
que se hacen famosos con un solo personaje del que, luego, no logran
desprenderse y, muy a pesar suyo, los acompaña por el resto de su carrera. El
riesgo de abandonar ese personaje es muy alto y pocos logran dar el paso,
aunque no siempre con buenos resultados. En la mayoría de los casos, el
personaje acaba por apropiarse del actor y convertirse en su dueño, negándole
otras oportunidades o un crecimiento profesional, para demostrar que hay
alguien más, debajo de un disfraz que le roba su propia identidad.
Sin embargo, hay casos afortunados. Muy pocos, por
cierto, como el de Ariel Miramontes,
quien se dio a conocer como el famoso Albertano
Santacruz, hijo de la no menos famosa Doña
Lucha (Mara Escalante) en la popular
serie de sólo dos temporadas, María de
Todos Los Ángeles que, al concluir, le heredó a Ariel ese Albertano al que
no sólo le dio vida, sino que se apoderó de él en otros proyectos: como juez en
el certamen infantil Pequeños Gigantes
y en otras series como Nosotros Los
Guapos, obras de teatro y hasta su propio espectáculo.
Más conocido, durante años, como Albertano que como
Ariel Miramontes, sin embargo, hace poco, decidió salir de su zona de confort,
haciendo a un lado a su archifamoso personaje (con el que pudo continuar
eternamente), para revelarse como un actor de los pies a la cabeza, más allá
del Albertano que, de repente y en forma sorpresiva, ya sin su larga cabellera,
se transforma en Jerry, uno de los
protagonistas de la fastuosa comedia musical Sugar, al lado de Joe (Arath de la Torre): dos músicos
desempleados que, luego de ser testigos de un enfrentamiento entre dos bandas
de gangsters, tienen que huir en un tren, haciéndose pasar por mujeres, como
integrantes de una orquesta de señoritas.
Y de repente, una sorpresa más: luego de que
Albertano se convirtió en Jerry, éste da paso a la deliciosa Dafne, con su propio sello e identidad.
No es un hombre disfrazado de mujer. Tampoco un travesti. Es una mujer
esplendorosa, por demás chispeante y divertida que, además, desde su primera
aparición, logra seducir al espectador y hasta le roba el corazón. Y lo mejor
es que, como público, uno es testigo de la célebre transformación en escena.
Gran oportunidad, sin duda, para Ariel Miramontes.
Bien arropado, bajo la dirección de Anahí
Allué y la siempre esplendorosa producción de Tina Galindo, Claudio
Carrera y Alejandro Gou, eligió
el mejor escenario, una obra a su medida y el inmejorable equipo de actores y
bailarines, para dar el que, seguramente, es el paso más importante en su
carrera, para dejar al descubierto a un actor de los más versátiles. Toda una
sorpresa. La gran sorpresa. Y más, cuando al final de la función, ya en la zona
de camerinos de el Teatro de los
Insurgentes, descubrimos a Ariel Miramontes (ya sin la apariencia de
Albertano, Jerry o Dafne), como un tipo de lo más educado y sencillo.
Cualidades que seguramente tienen que ver con el éxito que ha conseguido como
artista. Una sorpresa más. La más importante de todas.
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