PARA MUESTRA BASTA UN BOTÓN
Mientras
que Televisa promete también una reestructura
en lo
que a sus telenovelas se refiere, parece que algunosproductores
prefieren continuar en su zona de confort, sin ninguna
novedad o intención de cambio.
PRIMERO UN “SÍ”
Se salva apenas Corazón Que Miente, primero, por la
historia (aunque refrito, primero de la sesentera Estafa de Amor y, años
más tarde, en 1999, de Laberintos de
Pasión) y luego, por gran parte del elenco, aunque algunos actores repitan
personajes que ya les habíamos visto en otras telenovelas. Con todo, el tema
más atractivo entre tantos clichés, resulta la “posibilidad” de un amor o
romance diferente, tormentoso y hasta escabroso: el que se está dando entre la
joven protagonista, Mariela (Thelma Madrigal) y su protector, Leonardo (Diego Olivera), un hombre maduro que podría ser su padre y que de
hecho, ha desempeñado ese papel en la vida de la muchacha. Una relación que se
presta a toda una serie de conflictos e intrigas (que tanta falta hacen en el
resto de las telenovelas del Canal 2),
armando, además, un triángulo central, también novedoso, junto con el galán de
la trama, Pablo Lyle, como Alfonso. Esto, con el atractivo extra
de las brillantes actuaciones de los tres actores, afortunados por la
oportunidad de encarnar personajes diferentes, con fuerza dramática y matices
que les sirven para lucirse y encender fuego en la pantalla.
Y LUEGO, UN “NO”
Pero de ahí en fuera… Continuando con los clásicos remakes mal
adaptados y, por lo visto, hechos al aventón, una clara muestra es Un
Camino Hacia el Destino, uno de los ejemplos más representativos del
poco interés de Televisa por evolucionar en el género telenovelero. Una nueva
versión de La Hija del Jardinero que en 2013 (sin el mayor éxito) produjo Azteca. Una historia más, clásico
melodrama flojo, sin el mayor atractivo y, menos, para que Televisa (como otro síntoma más de su crisis) haya elegido para
refritearla. O más bien, “empeorarla”.
Y como para
muestra basta un botón, ¿qué tal el desastroso capítulo que vimos el pasado
viernes 4 de marzo en el que durante los cuarenta y tantos minutos que duró,
vimos todo un desfile de escenas absurdas, diálogos fallidos, ridiculeces y
tonterías insulsas, como si desperdiciar el tiempo aire en televisión no
importara.
No vamos a hablar
de las múltiples fallas de esta telenovela. Sería repetir lo que ya hemos dicho
infinidad de veces. Vamos a concentrarnos en ese capítulo de horror que se
desarrolla en una playa a la que por casualidad, va a dar gran parte del
elenco, incluyendo, claro, los protagonistas: Fernanda (Paulina Goto),
una vil Cenicienta que habla como peladita, al estilo Rosa Salvaje, y Carlos (Horacio Pancheri), el rico y apuesto
príncipe azul, pero noble y educado. La pareja central, para variar,
distanciada por culpa de Camila (Aranza Carreiro) la clásica amiguita
rica, caprichosa coqueta y necia que desde el inicio de la telenovela se la ha
pasado empeñada en bajarle el novio a su amiga Fernanda, a pesar de que Carlos
hace hasta lo imposible por quitársela de encima a lo largo de varias escenas
en las que se repite la misma situación, casi con los mismos diálogos.
La cosa no para
ahí. Las dos muchachas (Fernanda y Camila) son compañeras en una escuela de
monjas para niñas ricas. Una escuela de monjas que, más que eso, parece un
hotel de siete estrellas, rodeado de hermosos y bien cuidados jardines por el
que constantemente pasean (porque no han de tener otra cosa en qué
entrenenerse) monjas, con sus impecables hábitos blancos.
Para empezar, ¿cómo es eso de que las alumnas
de una prestigiada y carísima escuela de monjas se van de excursión a la playa,
con todo y monjas “chistosas” (con sus blancos hábitos, claro) quienes, al
igual que las alumnas, se divierten tomando el sol sobre la arena, para
“vigilar” a las alumnas que deambulan por todos lados, como en pasarela, eso
sí, ataviadas con diminutos bikinis y trajes de baño? Alumnas entre las que se
encuentran Fernanda, la protagonista y la tal Camila su amiguita necia y de
cascos ligeros, insistiendo (por milésima vez) en bajarle el novio a Fernanda,
al grado de metérsele al cuarto de hotel del muchacho, sin que ninguna de las
monjas “vigilantes”, por andar asoleándose en la playa con todo y hábito, se
den cuenta. Escenas sin ton ni son, absurdas, una tras otra, que nos hacen
recordar aquella espantosa secuela de películas chafas, La Risa en Vacaciones.
Payasadas al por
mayor, situaciones inverosímiles que no van a ningún lado, en un capítulo en el
que nada sucede finalmente. ¿Cuánto se gastaron en llevarse a los actores a la
playa, incluyendo al equipo técnico?
Y así, repito, una
simple muestra de lo que hemos visto hasta la fecha en una telenovela mediocre,
sin historia, plagada de paja y sin el mayor mérito en la que la protagonista,
para colmo, en vez de cuidar al novio o ponerle un alto a la amiguita necia, se
la pasa tocando el violín (aunque nunca tomó clases), repitiendo la misma pieza
hasta el cansancio (notándose el playback), sin que a nadie se le ocurra
concentrarse en la trama central que se ha ido diluyendo desde el inicio de la
telenovela. Una trama, por cierto, muy “original”: la supuesta hija pobre de un
jardinero y de una señorita rica que siendo soltera, sale embarazada por
accidente y es corrida de su casa (para ocultar su “pecado”) por un padre
siniestro, que, sin embargo, años más tarde, quiere conocer y recuperar a su
nieta bastarda para heredarle su estúpidamente cuantiosa fortuna.
Pues sí, para
muestra basta un botón. ¿Para qué seguirle?
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