De rubia (muy especialmente), morena o trigueña, al
principio, en telenovelas como Corazones
al Límite y, más tarde, en Rebelde,
Angelique Boyer (apoyada por sus
audaces apariciones en revistas para caballeros), pintaba para convertirse en
una nueva bomba sexy. Eso sí, de las más atractivas. Y pudo conseguirlo, con el
riesgo de quedarse en eso: uno de tantos símbolos sexuales que así como en su
momento causan furor, después desaparecen y no dejan huella o tienen que
conformarse con personajes estereotipados, como clásicas villanas o amantes que
nunca llegan al protagónico, al estelar.
Sin embargo, en su caso, más que atractivo visual o
sueño erótico de muchos, la muchacha, en especial con su característica
camaleónica (con la que no cualquiera convence) logró, con inteligencia y
empeño, traspasar ese tipo de personajes, hasta llegar al que podría ser un
parteaguas en su carrera: la temible, trepadora y ambiciosa Teresa. Ya sin su apariencia rubia y
con el cabello oscuro, expresiones y labor histriónica de su cosecha (además,
claro, de una buena dirección), logró algo que no todas consiguen con este tipo
de roles tan favorecidos: la protagonista, sí, pero no la clásica heroína
dulce, dejada a la deriva o sin carácter, de ésas que lloran a borbotones, como
la mayoría y, al final, se casan con el galán. No. La Boyer aprovechó la
oportunidad. Y la aprovechó con creces en lo que podría ser su consagración,
superando, incluso, a otras Teresas
de la talla de Maricruz Olivier o la
mismísima Salma Hayek. Una Teresa todavía con más fuerza dramática
y, lo más importante: humana y vulnerable, creíble y hasta adorable, a pesar de
sus maldades.
El primer paso, para colocarse a la cabeza de las de
su generación. No la simple heroína o villana. Más bien, una actriz de altos
vuelos, versátil y convincente. Esto, aunado al encanto, sencillez y, sobre
todo, ubicación, fuera de las cámaras, la llevaron a convertirse en la gran
favorita, en una nueva reina telenovelera con garra.
Después de su desempeño en Abismo de Pasión, de nuevo, como heroína, víctima de injusticias,
chismes y desgracias, le llegó la oportunidad (muy merecida, por cierto) y en
el horario estelar, de convertirse en otra protagonista con carácter y agallas,
de las muy contadas que se avientan en forma magistral las escenas dramáticas
y, sobre todo, convencen y hacen que uno les crea. La gran fortuna de encabezar
el elenco de una de las mejores telenovelas de los últimos años (aunque refrito
de Bodas de Odio y Amor Real), pero, ahora, con un toque
actual, gracias al esmero de los adaptadores, la impecable y espectacular
producción y, claro, el respaldo de un gran elenco, para enmarcar el que, al
menos hasta ahora, es su mejor trabajo: Monserrat,
de ese tipo de heroínas que se lucen y brillan en la pantalla. De ésas que
seducen y enamoran al televidente. De ésas que pasan a la historia y nos
brindan el placer de disfrutar a una de las mejores actrices jóvenes de la
actualidad, capaz de lograr verdaderas creaciones y, además, continuar en
constante evolución, con ese sello tan peculiar que la distingue entre todas:
personalidad, encanto y talento.
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