Si no hay historia, una buena historia –y, por consiguiente,
buenos personajes– los actores se ven en aprietos, junto con el director de
escena. No hay tela de donde cortar. No hay elementos, no sólo para lucirse
(como debería de ser), sino, simplemente, para cumplir con su trabajo. Sin
embargo, hay algunos que con su simple presencia en pantalla y (seguro)
bordando por su propia cuenta sus personajes, con su experiencia, tablas y
talento, salen avantes.
Lo hemos visto desde el principio en Quiero Amarte, una pretenciosa adaptación de Imperio de Cristal (la historia original) que ahora, con tantos
rellenos, paja y personajes de más, se quedó en el intento. Sin embargo, a pesar
de la deficiente adaptación y de personajes sin encanto ni identidad, cuatro
actores de primer nivel, se impusieron por su cuenta, con maestría, opacando,
incluso, a la pareja protagónica, carente de química, de fuerza y credibilidad,
opacada, más bien, por otras dos parejas a cargo de personajes de soporte que,
en esta ocasión, cumplieron a las mil maravillas con su misión: servir de
soporte y, de paso, soportar la mala historia que les tocó.
Lucrecia, más que villana, brilló (a pesar de las exageraciones de
su personaje), gracias a una primerísima actriz como la señora Diana Bracho, con su elegancia característica,
porte y distinción. ¿Y qué decir de José
Elías Moreno?, a pesar de su incongruente personaje de Mauro, un magnate que, a pesar de haber estado al borde de la
muerte, víctima de un infarto, de magnate pasó a super hombre, porque a pesar
de los corajes y conflictos que le hicieron pasar (no sólo los villanos, sino
también las escritoras), incluyendo el intento de asesinato por parte de su
propia mujer, ¡sobrevivió! Es entonces cuando la maestría y talento del actor,
pudo más que las barbaridades impuestas a su personaje.
Por el estilo, Olivia
Buccio, otra experta en personajes de soporte, quien, a pesar de la sufrida
y abnegada Dolores que le tocó sacar
adelante, también aportó su granito (o granote) de arena, con esa dulzura que
la distingue, respaldada por otro señorón de la actuación, como Salvador Sánchez, quien, con su siniestro
y ladino Cipriano, logró con
Dolores, varias de las escenas más sobresalientes de la telenovela en
deliciosos duelos de actuaciones.
Y de ahí en fuera… Lástima. Porque no es culpa de los
actores que (en su mayoría) se vieron imposibilitados de destacar, sumergidos
en una historia tan mediocre, floja y confusa, adaptada al aventón. Ni siquiera
el pobre de Flavio Medina pudo
lucirse (como en otras ocasiones), con su villano César que cayó en la exageración caricaturesca, logrando en muchas
ocasiones que, en vez de inspirar miedo, causara risa.
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