Primero los odias y, luego, acabas por
compadecerlos y hasta amarlos
Por lo
general, el destino de los villanos en las telenovelas, llega hasta el capítulo final en el que reciben su castigo
(cárcel, accidente o muerte), se arrepienten o se vuelven buenos, de la noche a
la mañana.
Sin embargo, recientes telenovelas brasileñas, sorprenden al televidente
con sucesos inesperados. ¿Qué sucede cuando un villano, luego de haber cometido
toda una serie de maldades (y hasta crímenes), comienza a pagar sus fechorías,
mucho antes del Gran Final?
El tan socorrido cliché lo han roto escritores brasileños como João Emanuel
Carneiro (en Avenida Brasil) y Walcyr Carrasco (en Rastros de Mentiras) con Carminha (Adriana Esteves) y Félix (Mateus Solano), respectivamente, los villanos
principales.
En Avenida Brasil vimos un destino diferente para la
siniestra y cínica de Carminha, quien antes del capítulo final, reconoce sus
crímenes, asume su responsabilidad y pasa un tiempo en la cárcel. Pero su
historia no termina ahí, como hubiera sucedido en un melodrama tradicional. Carminha
pide perdón y se resigna a una vida sucia en el basurero al que acostumbraba
mandar a sus víctimas. Como una luz en su camino, Jorgito (Caua Reymond) su hijo, no la deja
olvidada y hasta se da una reconciliación… incómoda, pero sincera, finalmente.
Y más que castigo para la malvada (o más bien, para su intérprete, Adriana
Esteves) la ovación de millones de televidentes, por su estupenda actuación,
dándole vida a una villana de fábula que terminas por adorar.
En Rastros de Mentiras
el chispeante personaje de Félix (Mateus
Solano), comete una serie de atrocidades: la más grave, tirar a la basura a
su propia sobrina recién nacida, Paulita
(Klara Castanho).
La caída de Félix, un homosexual de closet, comenzó cuando en una cena familiar, cuando su
esposa Edith (Bárbara Paz)
revela ante toda la familia la preferencia sexual de su marido. La herida mujer
muestra unas fotos donde Félix aparece con Angelito, su guapo y joven amante.
Aquello provoca un gran escándalo, para la familia Khoury, pero Félix sale
relativamente airoso, porque todos lo aceptan sin importar que sea gay, con excepción de su padre, el férreo doctor César Khoury (Antonio Fagundes). El patriarca de la
familia sigue llamándolo “mariquita”.
Ahí comienza el calvario para Félix, expulsado de su trabajo y de su
hogar. Además, su padre se encarga de divulgar que es una persona deshonesta,
para cerrarle las puertas y bloquearle posibles empleos. Sin dinero, sin techo
y sin vestido, Félix se ve literalmente en la calle, obligado a hacer lo que
sea para subsistir.
En la recta final de Rastros de
Mentiras, el villano gay que se había echado a la bolsa al
público por su desparpajo (y hasta simpatía) ahora nuevamente se lo vuelve a
ganar, pero ya no como un hombre de mal, sino como un ser humano que fue
víctima del desamor y de las artimañas de su propio padre.
Lo más sobresaliente, gracias a la pluma de escritor y a la muy
brillante actuación de Mateus Solano, con otra óptica de la vida, el personaje
de Félix pasa de ser antagonista a protagonista, convirtiéndose casi en héroe
de la historia y logrando que el televidente espere que viva una feliz historia
de amor junto a Niko (Thiago Fragoso).
Los escritores de telenovelas mexicanas, bien podrían seguir el ejemplo
de los escritores brasileños que se salen de los clichés y situaciones
repetitivas, tan predecibles como absurdas, en la mayoría de los casos,
causando, en vez de impacto, muchas carcajadas.
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