Y mientras en
telenovelas como Quiero Amarte, sus
adaptadoras, repiten villanas estereotipadas (o inspiradas en la inolvidable Catalina Creel, cortadas con la misma
tijera), de ésas que matan a diestra y siniestra con la mano en la cintura,
utilizando sus ridículos disfraces, sin que nadie sospeche de ellas, hay otras
malditas (incluso, con más fuerza y hasta realismo) que más que arrancar
carcajadas con sus maldades, uno, como televidente, llega no precisamente a
temerlas, sino a respetarlas. Claro, cuando se trata de un personaje bien
escrito y delineado, bien dirigido y, sobre todo, bien representado que, por lo
pronto (al menos hasta ahora y esperando que no caiga en los clichés asesinos
de otras), hasta inspira respeto, como antagonista de miedo, tratándose de una
actriz de gran calibre, como Daniela
Castro. Aquella dulce y sufrida heroína melodramática que también cumplió a
la perfección, durante su etapa juvenil, en telenovelas como Mi Segunda Madre, Cadenas de Amargura o Cañaveral
de Pasiones. Una actriz que no se quedó en eso, ni tampoco, se empeñó en
ser siempre joven, como a algunas les sucede. No. Más bien, una Daniela Castro
que dio el gran paso a señora actriz, asumiendo a una villana tremenda (y aún
recordada) en Mi Pecado (2009), como
un gran paso en su trayectoria, en su evidente evolución, como una de las pocas
actrices multifacéticas con que contamos en el género de las telenovelas. Como
buena o como mala. Y luego, su chispeante y tan divertida Pina en Una Familia Con
Suerte que, aunque con tintes villanescos, resultaba, más bien,
encantadora.
Su prueba de fuego y
el que bien podría ser su mejor papel hasta la fecha, lo estamos atestiguando
(y disfrutando) actualmente en la exitosa Lo
Que la Vida me Robó, como la desaforada, loca y cínica de Graciela, superando (por mucho) a las
actrices que interpretaron el mismo personaje en las versiones anteriores de la
misma historia: Bodas de Odio y Amor Real, como una versión corregida y
aumentada.
Una Daniela Castro,
entregada a un personaje del que se ha adueñado y enriquecido, con el esmero
que (se nota) pone de su cosecha en cada una de sus actitudes, manoteos,
miradas, gestos, expresiones y diálogos, convirtiéndose en la gran antagonista
de una gran historia que resulta toda una delicia y que, en gran parte,
contribuye al éxito sin precedentes que está consiguiendo este melodrama, como
uno de los más completos y espléndidos de las últimas décadas. Gracias, Daniela
Castro, por regalarnos a esta ya célebre
y terrible Doña Graciela Giacinti de Mendoza que, seguro, pasará a la historia.
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