jueves, 9 de enero de 2014

INSULSO Y HASTA CÓMICO



Luego de los intensos escenones que
hemos visto en ‘Lo Que la Vida me Robó’,
lo que sucede en otras telenovelas,
resulta insulso y, a veces, hasta cómico,
como por ejemplo, que una novia no
llegue a su boda, al enterarse (minutos antes
y muy a tiempo) que el novio que la espera,
una vez ¡le fue infiel!
Esto en Quiero Amarte, donde, se suponía, dicha escena estaría plagada de tensión y suspenso. Y finalmente, resultó caricaturesca, mal armada y, sobre todo, mal sustentada, sin bases firmes. Más bien, una bola de incongruencias. En especial, entre los personajes principales: por ejemplo, si Maximiliano (Chiristian de la Fuente), está perdidamente enamorado de Amaya (Karime Lozano) y, a punto de casarse con su novia Constanza (Adriana Louvier) ésta ya le dio varias oportunidades, para zafarse de la inminente boda, él, en vez de aprovechar la situación (como sería normal, en el caso de un galán coherente), le da el avión, mientras que, por otro lado sigue rogándole a Amaya, quien en varios capítulos, muy en su papel de sufrida heroína (aunque ya divorciada del infiel y cínico ex marido), aunque también ama a Maximiliano, opta por sacrificarse, con tal de no “destruir” un matrimonio que ni siquiera se ha celebrado. Total, que, cuando la boda iba a celebrarse (aunque ya sabíamos que no sería así, gracias a los spots, para publicitar el capítulo), el metiche y necio de Salvador (Ricardo Franco), ex amigo de Maximiliano y enamorado de Constanza (ya hasta le plantó tremendo beso), interviene en plan de super héroe, precisamente, cuando la novia (ya ataviada con su vestido blanco), se dirige a la iglesia, acompañada sólo del chofer de una carcacha que rentó. Incomprensiblemente (también como es común en estos casos), su padre, Manuel (Otto Sirgo), no la acompaña en la carcacha, porque la muchacha le dice que prefiere llegar sola a la iglesia, porque “quiere concentrarse”. Así, al super héroe de Salvador, ningún trabajo le cuesta interceptar la carcacha (rumbo a la iglesia), para hacer que Constanza se baje, para hablar con ella y abrirle los ojos insistiendo en que su novio (Maximiliano) le puso el cuerno con Amaya, cuando, tiempo atrás, le salvó la vida. ¿Así o más enredado el caso?

Total, que el super héroe (nomás le faltó la capa), le muestra a Constanza dos pruebas “fehacientes”, de la infidelidad de Maximiliano: en su celular, tiene una foto del registro de un hotel en Chiapas, en el que, entre los huéspedes, aparecen los hombres de Maximiliano y Amaya. Y la ingenua (por no llamarla de otra forma) de Constanza, observa la “prueba”, pelando los ojos. Su cerebro no le da para sospechar que la foto del registro, pudo ser creada por el propio Salvador: agarrar cualquier hoja y anotar los dos nombres, el de Maximiliano y Amaya. La segunda prueba, un video en el que una mujer equis, empleada del hotel, declara (sin ni siquiera levantar su mano derecha y declarar, antes, que “jura decir la verdad y nada más que la verdad”) que Maximiliano y Amaya, aunque ocuparon cuartos diferentes, ¡pasaron una noche juntos en la habitación de ella!, sólo porque, una mañana, vio a Maximiliano salir del cuarto de Amaya. ¡Dos pruebas “definitivas”! que sirven para que la novia haga berrinche y no se presente a la mentada boda, segura de que el novio en verdad la engañó y que Salvador es eso: su “salvador”.
            Total, que la boda se suspende, sin dramas ni escándalos, entre los múltiples invitados de gran alcurnia. Y Maximiliano (aunque en el fondo siente que se quitó un gran peso de encima) en vez de aprovechar la situación, busca a Constanza en su casa. Pero ella no lo deja entrar ni le contesta el celular. Lo que hace es salir en su auto convertible y casi atropellar al pobre de Maximiliano, para dirigirse al aeropuerto y, sin haber reservado un boleto de avión, alcanzar a su Salvador (lo encuentra muy a tiempo, en el enorme y concurrido aeropuerto de la Ciudad de México) e irse con él en el mismo vuelo, horas después de su boda frustrada, porque “quiere un hombre que en verdad la ame”. Y Salvador (con sus argucias, chismes y “pruebas fidedignas”) ya le demostró que la ama. Tantán. ¡Bravo por las escritoras!

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